domingo, 14 de octubre de 2007


La casa de la asimetría.

Observaba el cuenco fascinada. Con mis dedos comencé a recorrer el borde irregular, y cada uno de los recipientes era diferente. Nunca la repetición, evitar lo simétrico, admirar la diferencia, completar espiritualmente lo que se ve incompleto. Frases sueltas que permanecían en mi cabeza. Mutar, como las estaciones y los días. Cambiar cada día el decorado, la flor, el recipiente, todo. No repetir, o repetir pasos que no llevan a rutinas, sino a descubrimientos. Rituales que indagan en la cotidianeidad. Dejar pasar tus pensamientos como nubes, mirarlas pero sin detenerlas en su viaje blanquecino.

Contrastaba cínicamente la rigidez de las reglas sociales con la suavidad y la inclinación (como se inclina una rama para oler el perfume de sus flores, sin quebrarse) de este mundo fascinante, que olía a té. Los modos suaves de Myura san y la dulzura de sus rasgos, hacían que los míos resultaran tan banales. Me convertían en un ave desgarbada en presencia de un redondo y algodonado gorrión perdido entre los cerezos. La torpeza de mis movimientos transformaba aquella maravillosa casa en una casa de muñecas, donde cualquier gesto brusco podía destruirla por completo.

Y los recipientes… eran todos diferentes.

No existía la serie, el juego de tacitas con sus respectivos platitos, todo igual, todo tediosamente igual. De repente sobrevenían chispazos de iluminación, donde podía comprender el sentido, el “hacia dónde”, y al segundo se apagaban ante el soplido de mi ser alieno.

Y eran todas diferentes…desesperadamente diferentes.

Aprendí que la vulgaridad no está en la copia, sino en la copia exacta, sin alteraciones. El permiso de la diferencia sólo me fue otorgado cuando me hice una con la copia que emulaba. Pero por supuesto, esto tardó en llegar. Pasaron muchas ceremonias hasta que devine agua, agua para el té. Hasta que sentí el hervor en mis mejillas, el polvo verde en mi garganta, subiendo por mi nariz hasta ahogarme, escupiendo y revolviendo la mezcla espesa.



Fragmento de Ausencia de té (en prensa: Bahía Blanca, 17grises editora, 2007). Publicado en La Posición 11/12, Bahía Blanca, 17grises editora, setiembre de 2007)


Dijo el que sabe: esta imagen que tomaste, no deja de ser una escritura más de tu intimidad, esa que te gusta tanto...

jueves, 11 de octubre de 2007

Mezclar

La raíz tenía un agujero por donde salían los chicos. El supuesto árbol tenía hojas verdes en dos tonos. Los guardapolvos rosas y celestes a cuadritos se agolpaban en la entrada. Los chicos gritaban, se reían enloquecidos, contentos. No era un pelotero, era una especie de minibosque rodeado de dinosaurios de madera con ojos desorbitados, muy graciosos, pintados de violeta. La paz en una tetera en el suplemento de espectáculos atrajo mi atención: generar tiempo, generar, tiempo, eso me atrajo. Me acuerdo de esos días donde el tiempo era infinito, donde ya no quería medirse, donde sólo estaba ahí, conmigo. En cambio ahora ya no había armonía, ya no me completaba. Ahora yo era cajitas, desmembradas, desparramadas al azar, como si alguien las hubiera pateado, descuidado, y así las hubiera dejado.
Me acuerdo de esos días en que los amigos tenían tiempo, en que tenían, en que eran amigos, en que eran, en que. Las nenas corren, se resbalan en el puente del árbol, son flores rosas. El cordo me dijo que un día me iba a encontrar así, sola, tomando algo, sola, sin querer compañía, doblando la bombilla de plástico hacia adentro del vaso, doblándome, hacia adentro. – Vos hacés cartas de color rojo, yo de azul, las tiramos en el piso y los chicos las van dando vuelta–, explica una maestra jardinera a otra, entusiasmada, como si hubiera planeado el curso del universo con crayones. Me acuerdo de Liliana, mi primera maestra, ojos vidriosos, boca roja, tocaba el piano. Me llamo Ofelia, O-fe-lia. Liliana nos invitó a su casa, y tocó el piano. La atmósfera era tan seria, tan formal para chicos de 6 años. Pero Liliana se lució, y su mamá trajo el té; con torta, venía el té. La bandera, el elástico, la obra de títeres en que me tocó ser cantante de ópera, vecina molesta, finalmente asesinada por sus vecinos. Colores que se mezclan, el rosa, los cuadritos, el celeste, esa sonrisa eterna, esa inocencia disfrazada de frescura que no durará.
Ya no sabe igual mi té ante ojos ajenos, y sí, a ellos les falta té (¿o es que a mí me sobra?). El peor de los errores, la ausencia. Y esta chica, esta chica que mezcla té, que mezcla sabores, olores y colores, me gustaría intuirla, una vez, verla obrar, ver si sabe, si lo sabe, si ha comprendido de qué se trata, que no se trata de nada, que es nada. Pero creo que ella, solamente, mezcla té.

Fragmento de Ausencia de té (en prensa: Bahía Blanca, 17grises editora, 2007). Publicado en La Posición 11/12, Bahía Blanca, 17grises editora, setiembre de 2007)