sábado, 11 de diciembre de 2010

Caja de música




“Música del Japón. Avaramente
de la clepsidra se desprenden gotas
de lenta miel o de invisible oro
que en el tiempo repiten una trama
eterna y frágil, misteriosa y clara.
Temo que cada una sea la última.
Son un ayer que vuelve. ¿De qué templo,
de qué leve jardín en la montaña,
de qué vigilias ante un mar que ignoro,
de qué pudor de la melancolía,
de qué perdida y rescatada tarde,
llegan a mí, su porvenir remoto?
No lo sabré. No importa. En esa música
yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro.”

JLB


(A mi abuelo, porque sus regalos no dejan de volver)


Y un día escribí mi ausencia enterrando manos en la arena, hundidos los ojos en su calma, en su tristeza, en sus días y mis días, refugiados juntos en recuerdos, en nudos apretados.

Y ya no supe más de azules de acuarelas, de trazos de pinceles sobre el cuerpo, de música, de miel, de oro.

Sólo ensucié mis rosas zapatillas, y las cintas se enredaron en las pantorrillas y el rodete deshecho entre los dedos, ya no supo más de mis texturas al crochet.

Y escribiendo más ausencias se abrió aquella roja caja, y la bailarina danzaba aprisionada, y los cajones rebosaban de anillos y pulseras de hadas dormidas.

Y allí estaba, estremecido, enrollado, cobijado, rodeando con los brazos sus rodillas, ese instante pleno de sentido, tan pleno, de tan vacío, tan azul, de tan sonoro.

Porque allí,

en su música de nidos,

yo quiero ser,

y siendo,

me desangro.


domingo, 5 de diciembre de 2010

Yuki-onna (雪女)

En Japón, los yokai (妖界), término traducido normalmente como “espíritu”, “aparición” o “demonio”, son seres fantasmales que adquieren diversas formas. Hay una gran variedad de yokai dentro del folclore japonés: los hay benévolos, pero también malignos. Generalmente habitan en zonas alejadas, lejos de cualquier presencia humana, aunque muchos pueden y prefieren vivir cerca de los humanos en armonía.

Dentro de la amplia variedad de yokai, encontramos a yuki-onna (雪女), o “la mujer de la nieve”. Es una bellísima mujer, de largos cabellos y piel extremadamente blanquecina, casi transparente. Siempre aparece en noches nevadas, vistiendo un blanco kimono, o desnuda sobre la nieve. Una de sus características, y de la mayoría de los seres fantasmales japoneses, es que no tiene pies. Se desliza flotando lentamente, sin dejar huellas en la nieve, y transformando en una blanca nube la nieve que la rodea ante alguna amenaza.

En la mayoría de las historias que la tienen como protagonista, yuki-onna aparece durante las tormentas de nieve, ante viajeros que se han extraviado y que se encuentran desahuciados. Se acerca a ellos brindando su ayuda, y con su respiración los congela hasta adormecerlos, para luego, finalmente, asesinarlos. A veces es ella misma quien extravía adrede a los viajeros. Otras, aparece llevando a un niño en sus brazos, y cuando alguien se acerca en medio de la tormenta a brindar ayuda, ni bien toma al niño que ella lleva en brazos, se congela en forma instantánea.

Siempre me pregunté por estos seres fantasmales sin pies, por este deslizamiento imperceptible que un día cualquiera, sin que nadie lo espere, se detiene en nuestro camino, congelándolo todo.

A veces, yukki-onna ingresa en los hogares, soplando una inmensa y fría ráfaga en la puerta de entrada, hasta que ésta se abre, y ella ingresa. Una vez allí, mata a los habitantes con su aliento, y se queda observando sus muertes, impávida.

Otras, presenta un costado más suave, y deja ir a sus víctimas.

Nadie sabe porqué yuki-onna se comporta en forma tan violenta. Algunos dicen que ella misma representa el espíritu de una mujer que ha fallecido de frío en la nieve, y aparece para vengar y repetir su propia desaparición.



Quizás, caminar sin dejar huellas, caminar sin tener pies, implica siempre no haber sido nunca, no haber estado nunca allí.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Flores vivas



Madrugar para esperarme.


Leer toda la mañana sobre flores.


Leer de pétalos caídos acomodados en torno a un vacío, una disposición hacia la nada, o espacios que son fantasmas, hechos de humo de bocas que se dan vuelta sobre sí mismas.

Soplar. Soplar un panadero, como cuando era chica, y ver como se adhieren sus fragmentos a mi ropa, a mi pelo, a mi infancia que, hoy sé, fue de color fucsia y amarillo patito.

Madrugar mañana para comprar flores. Tratar de imaginar el patio de la infancia que ya no está, y hacer como que no las compro, hacer como que ellas me eligen, hacer como si la tienda oliera a limonero recién regado.


Regarme, regalarme un perfume de jardines plagados de jazmines.


Mañana, tratar de hablar sobre flores, anulando el lenguaje para que ya no tenga sentido lo que digo, para que sólo pase por lo que he pasado: la experiencia.


Abrir la boca y que salga humo, y que a todos le queden adheridos fragmentos de panaderos.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Bordes

“¿Quién dice

que se nos murió todo

cuando se nos quebraron los ojos?

Todo despertó, todo comenzó.”

Paul Celan.


Quien sabe del horror escribe no sólo con su experiencia a cuestas,


no sólo con el dolor de saberse irreversible,


también lo hace sabiendo que hay una herida inabordable,


que se mete en el vientre y se acuna en el ombligo del tiempo.


Pero quien habla de su horror me apuñala los ojos,


me detiene el habla, esculpe mi silencio, lo moldea,


hasta hacerlo posible.


Y él puede al fin nombrarlo, y me pide respeto.


Que respete su horror.


Y me asomo a sus bordes hechos de vacío,


y paseo mis talones por lo irregular de sus formas,


y asomo la nariz para intentar oler una historia


que no es mía, pero que compartimos.


Y aprendo.


Aprendo como nunca,


que hay lugares del otro,


desvanecidos, rotos, solitarios.


Pero también aprendo,


que igual puedo,


sentarme en los bordes,


y dejar colgar mis pies.