viernes, 25 de junio de 2010

Música para Ventanas al vacío

Nunca me habían leído con música de fondo. Nunca habían musicalizado mi escritura.
Hoy Sergio lo hizo.
Gracias.

miércoles, 23 de junio de 2010

Ventanas al vacío



Con la cabeza erguida

también el caracol

se me parece

Shiki.

Leí que Shiki, el poeta doliente, pasó gran parte de su vida postrado en una cama, pudiendo únicamente ver el acontecer del mundo a través de su ventana. La alusión al caracol en el haiku del comienzo parece ser una bellísima imagen simbiótica entre ambas cabezas, erguidas, curiosas, de salvaje y pasmosa lentitud.

Hoy, en el ómnibus, me asaltó una imagen. Una anciana muy pequeña y peinada con rodete espiaba a través de su ventana, mientras sostenía la cortina blanca con su mano izquierda. Por su postura estaba sentada, mirando pasar. Mirando como todo o nada pasaba. Y me asustó un poco el haber podido recordar tantos detalles en la fracción de segundo que tardó el ómnibus en pasar delante de su ventana. En ese mismo instante me acordé de Aurora, mi vecina, que vivía a la vuelta de casa, sobre Tarapacá. Aurora tenía un rostro enmarcado, era un cuadro. Y es que nunca nadie había visto a Aurora salir de su casa. Nadie la había visto de cuerpo entero. Aurora vivía su vida, y construía el universo, a través del marco de su ventana, que era de madera, pintada de blanco. Allí pasaba las horas, “chusmeteando”, decía mi abuelo.

Yo prefiero creer que Aurora emprendía un viaje maravilloso cada día, sin moverse de casa, o mejor dicho, moviendo su casa con su ventana como epicentro. Y siempre preferí creer (y ya casi estoy segura) que el estar ante la ventana no era ni fue, un estado de espera. No es el mismo “estar” de quien espera que alguien llegue, o constata que alguien efectivamente partió, sino que es el estar por estar (algo parecido al WU WEI, ese no obrar taoísta que nos permite participar del natural desarrollo de la vida, y que nos hace sentirnos atravesados por él).

Siempre me detuve en aquellas personas, excedidas de experiencias, con los rostros surcados y el cabello húmedo de narrativas, que, simplemente, se sientan a observar a través de sus cristales, con ese gesto de estar ante el vacío. Porque cuando los observo detenidamente, veo que están mirando “nada”. Sus ojos están en otro sitio, sus modos de ver, son modos de mirar un no lugar, y me da una terrible envidia. Siempre sentí que asistían al despertar natural de las cosas, que lo habían comprendido todo desde su ventana, que eran los testigos perfectos de la humanidad, porque ante el velo, lo habían rasgado para poder atestiguarse a sí mismos.


miércoles, 2 de junio de 2010

Nieblas


Se quiebra la niebla

El perfil del cielo

Es inasible desde aquí.

Sergio Sammartino.

Hoy leí Nieblas, de Sergio Sammartino, y olía a sahumerio. Era un aroma delicado, suave, pero a la vez penetrante, insistente, de esos aromas que llegan para quedarse, para invadir sin preguntar. Para penetrar cada cosa de mi hogar, y luego retirarse, como si nada, como la niebla.

Hoy leí Nieblas, de Sergio Sammartino, y me sentí envuelta, me sentí crisálida, y me crecieron alas. Sentí que el texto entero era un gran haiku, o un hexagrama adivinando mi destino, o un poema de Li Po asomado a la contratapa, agazapado, como la fiera que se recoge en sí misma para luego atacar, al modo en que Barthes intenta explicar su punctum.

Calmé mi karma, me encontré con tigres, escribí todas mis imágenes en sus espacios en blanco, lloré sobre la cabeza cortada de Mishima, me dolió todo el cuerpo al ver las hojas caídas de aquel árbol, me asomé a la ventana y ví las tardes, la noche, el sauce…

y me fui por ella.

Tengo una ventana

en el medio de la frente

para ir.

Sergio Sammartino