miércoles, 10 de noviembre de 2010

Flores vivas



Madrugar para esperarme.


Leer toda la mañana sobre flores.


Leer de pétalos caídos acomodados en torno a un vacío, una disposición hacia la nada, o espacios que son fantasmas, hechos de humo de bocas que se dan vuelta sobre sí mismas.

Soplar. Soplar un panadero, como cuando era chica, y ver como se adhieren sus fragmentos a mi ropa, a mi pelo, a mi infancia que, hoy sé, fue de color fucsia y amarillo patito.

Madrugar mañana para comprar flores. Tratar de imaginar el patio de la infancia que ya no está, y hacer como que no las compro, hacer como que ellas me eligen, hacer como si la tienda oliera a limonero recién regado.


Regarme, regalarme un perfume de jardines plagados de jazmines.


Mañana, tratar de hablar sobre flores, anulando el lenguaje para que ya no tenga sentido lo que digo, para que sólo pase por lo que he pasado: la experiencia.


Abrir la boca y que salga humo, y que a todos le queden adheridos fragmentos de panaderos.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Bordes

“¿Quién dice

que se nos murió todo

cuando se nos quebraron los ojos?

Todo despertó, todo comenzó.”

Paul Celan.


Quien sabe del horror escribe no sólo con su experiencia a cuestas,


no sólo con el dolor de saberse irreversible,


también lo hace sabiendo que hay una herida inabordable,


que se mete en el vientre y se acuna en el ombligo del tiempo.


Pero quien habla de su horror me apuñala los ojos,


me detiene el habla, esculpe mi silencio, lo moldea,


hasta hacerlo posible.


Y él puede al fin nombrarlo, y me pide respeto.


Que respete su horror.


Y me asomo a sus bordes hechos de vacío,


y paseo mis talones por lo irregular de sus formas,


y asomo la nariz para intentar oler una historia


que no es mía, pero que compartimos.


Y aprendo.


Aprendo como nunca,


que hay lugares del otro,


desvanecidos, rotos, solitarios.


Pero también aprendo,


que igual puedo,


sentarme en los bordes,


y dejar colgar mis pies.