miércoles, 2 de febrero de 2011

Conjuros


El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en

cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea

ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice. La multiplicidad

abierta, el azar son transferidos desprovistos, por el principio del comentario, de aquello

que habría peligro si se dijese, sobre el número, la forma, la máscara, la circunstancia de

la repetición. Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su

retorno.” Michel Foucault, El orden del discurso.



El retorno enmascarado siempre nos espera a la vuelta de la esquina. He aquí el mayor peligro para algunos, la cínica sonrisa apenas surcando el rostro, para otros.

Alguien me dijo una vez: lo que no se elabora, se repite. Y el comentario repite, da vueltas sobre la misma circunstancia que lo vió generarse, reproducirse, pero que aún no se resigna a morir. Por eso se comenta, se cortan las palabras, se instaura un límite, se intenta detener una fluidez acaudalada, veloz, dice lo mismo, pero de otro modo, sencillamente, porque lo único por decir, son sólo las cenizas de lo que ha sido.

Canción de organillo. El temor está en el desmoronamiento del texto construído con ansias de duración. No se dice nada nuevo, se intenta un retorno idealizado del propio fantasma. Se lo escribe, porque de ese modo se tiene la ilusión de apresar agua entre los dedos. Pero el agua fluye, se va, sigue su curso.

(aunque se escriba para repetir, ya no vuelve)

El comentario no afecta ya la producción de este texto, sólo repite, retorna siempre al lugar del otro perdido, fantasmal. Y este texto sabe de identidades.

Y hoy, elijo escribir, una vez más, y no ser escrita por el discurso del otro. Estas, son mis letras, y este, mi espacio.